Del «libfem» al «radfem»
Hola. Hoy comienzo este blog, y lo hago hablando sobre mí. Soy Karina Castelao en la red, fuera de ella, no. Soy una mujer, pedagoga, medio psicóloga, madre y feminista. Así por orden cronológico. Mi última llegada en la vida fue al Feminismo, de golpe, bien entrados los cincuenta. Y como toda mujer que llega al feminismo sin idea de qué es, entré por la puerta del Feminismo Liberal.
El Feminismo Liberal se podría llamar tambien, y de hecho se llama, Igualitarismo. El Libfem, para abreviar, es ese feminismo que dice que las mujeres lo que buscan es la igualdad. Que han de poder disfrutar de los mismos derechos que los hombres y que para ello lo que aspiran es a ser igual a ellos. Ser libfem pasa por intentar figurar en lugares históricamente reservados a los hombres: el ejercito, la policía, las finanzas, la política, la industria… o sea, por ocupar el 50% de espacio público y al mismo tiempo, despreciar el espacio privado. El libfem pasa también, por considerar un logro feminista los permisos maternales y paternales iguales e intransferibles, o la custodia compartida de la prole como opción preferente. Porque no hay nada más feminista y que más contribuya al desarrollo integral de una mujer que ser una pieza más del engranaje del mercado. Recuerdo que una de las máximas que yo sostenía era que el machismo habría acabado el día en que una mujer inepta ocupara un gran cargo. Luego vinieron Esperanza Aguirre, Isabel Diaz Ayuso o Irene Montero a quitarme la razón.
Pero el libfem no solo se limita a reivindicar una parcela para las mujeres en el mundo de los hombres, sino que también aspira a que nuestra sexualidad sea similar a la de ellos. Eso sí, sin olvidar en ningún momento que la sexualidad ha de ser siempre heterosexual y coitocéntrica. La libertad sexual, como se suele llamar, pasa por aumentar la frecuencia de los encuentros sexuales con hombres o con hombres y mujeres, pero siempre dentro del marco del deseo masculino. Así que para el libfem es un logro feminista los métodos anticonceptivos o las medidas de contracepción permanentes, siempre tomadas por nosotras que para eso somos las que corremos el riesgo de quedarnos embarazadas. O realizar prácticas sexuales que no nos proporcionan ningún placer pero que son signo de desinhibición. Porque, como ya he dicho en alguna ocasión, el control de la natalidad sigue siendo una responsabilidad femenina aunque hagan falta necesariamente un hombre y una mujer para que exista un embarazo. Y porque no dejarse lastimar practicando sexo, es signo de mojigatería.
Otra cuestión que le encanta al Libfem es el «género» entendido como una elección personal empoderante. Es decir, el género es eso que nos permite elegir depilarnos, cosificarnos o prostituirnos como parte del ejercicio de nuestras libertades individuales y que no es necesario eliminar, sino más bien, sacarle provecho. Hasta tal punto defiende el Feminismo Liberal el valor del género que cree que la existencia de la identidad de género se basa en el sagrado respeto a los derechos individuales. Así que eso de que cada persona sea del género que performe (es decir, que «represente» como de si una obra teatral se tratase la vida) es de lo más libre y respetable. Lo de que el mundo esté creado sobre la base de las desigualdades es una nimiedad cuando de respetar identidades se trata.
A todo esto hay que añadir que el libfem es el gran aliado del colectivo LGTBI. Cómo no! Mujeres luchando por los derechos y libertades de las personas gays y trans. Mujeres luchando por la libertad de amar a quien se desee, pero también libertad de ser lo que se desee. Porque, como dice un transactivista gallego muy conocido, ¿porqué no han de ser los deseos derechos? Y no olvidemos nunca que, derechos individuales vulnerados, liberalismo al rescate.
Y en éstas estaba yo tan contenta en mi mundo feminista reformista y no molesto cuando encontré el Feminismo Radical.
Corría el año 2016 o 2017, no recuerdo bien, cuando vi un tuit que no comprendí. El tuit decía que las personas transexuales no apoyaban a las mujeres en su lucha contra los abusos sexuales en el mundo del cine, el famoso «me too». En concreto, Rose MacGowan, actriz que denunció haber sido violada por el productor Harvey Weinstein, había sido acusada de tránsfoba por haber contestado algo así como que «sí, ya os hemos oído» al colectivo transexual cuando la habían acusado de ningunearles en sus denuncias de agresiones sexuales del productor. Pregunté entonces yo que cómo era que las personas transexuales (en aquella época se les llamaba así y no era trásfobo hacerlo) no apoyaban a las mujeres en esa denuncia cuando el colectivo LGTBI había sido siempre el aliado natural del feminismo. Y me respondieron. Bueno, en realidad hicieron eso tan poco sororo que es mandarme a leer. Y leí.
Descubrí entonces que el modelo de sociedad en el que estamos inmersos se llama Patriarcado, y que, salvo algunas pequeñas sociedades tribales, es el modelo social dominante en el planeta desde hace más de 10.000 años. Que es un modelo de sociedad androcéntrico, es decir, hecho a la medida del hombre y tomando al mismo tiempo, al «hombre como medida de todas las cosas» que diría Protágoras. Pero no al «hombre» entendido como «ser humano» así en genérico, no. Al hombre entendido como macho de la especie. Por tanto, la mujer, es decir, la hembra de la especie humana, es la alteridad subordinada en ese modelo social que se sostiene en una ideología que considera que la mujer es menos ser humano que el hombre, el Machismo.
Descubrí también que ese modelo de sociedad, el Patriarcado, tenían una serie de mecanismos para garantizar esa organización jerárquica entre los hombres y las mujeres, que iban desde establecer una serie de normas y comportamientos diferenciados para cada sexo, el «género», a una estructura cultural completa configurada en torno a una sola forma de entender las relaciones sexuales, la llamada «heterosexualidad obligatoria», concepto muy controvertido por lo que supone de cuestionamiento de nuestro espacio íntimo, pero que, en el caso de las mujeres, nos condiciona a someternos a la única forma de concebir el sexo bajo el prisma del deseo masculino.
Y por último, y quizá lo más importante, descubrí que todo ese modelo social requiere que la mitad de la sociedad dominante, los hombres oprima a la mitad de la sociedad dominada, las mujeres, solo por el mero hecho de tener unas características orgánicas diferenciadas. Porque toda sociedad desigual necesita oprimidos para funcionar. Y el Patriarcado solo funciona si la mujere no salen de los roles privados (el famoso doble rol madre – puta) en donde la ha colocado el hombre.
En resumen, que tras todos esos descubrimientos entendí que el objetivo del feminismo no era la igualdad entre hombres y mujeres, sino la liberación de la mujer de la opresión a la que es sometida por el Patriarcado, y el fin de éste para la creación de un nuevo modelo social equitativo y justo. Y que la igualdad entre hombres y mujeres, es la consecuencia natural de ello.
El feminismo liberal existe, pero es un feminismo «light» complaciente e incluso servil al Patriarcado. El libfem se queda en la forma, pero nunca va al fondo.
El feminismo radical es difícil y molesto porque va a la raiz de la opresión femenina y su finalidad es acabar con la sociedad patriarcal. Cuando se conoce, es cruelmente sincero y esclarecedor.
Así que, cuando llegué al Radfem ya no pude salir.
De si yo, personalmente, me puedo considerar feminista radical o no según algún estándar de pureza radicalista, hablaremos otro día.