Un acto feminista

Foto: Tania Esperón

Ayer, una jugadora de futbol anónima dio una lección de feminismo a medio mundo. Un solo acto cargado de gran simbolismo, tuvo más repercusión que docenas y docenas de artículos feministas que se pierden en las redes compartidos siempre por las mismas para las mismas sobre lo mismo.

Que conste que no soporto la adulación. Y mucho menos en el feminismo. Nunca me vereis adular a una feminista por mucha repercusión mediática que ésta tenga. Siento una terrible vergüenza ajena cuando se llena de halagos la publicación de alguna «femistar» haciendo gala de una total carencia de sentido crítico.

Eso no es impedimento para que admire profundamente a las mujeres que, por primera vez en la historia, se enfrentaron a la sociedad, las costumbres o las leyes de su época para cuestionarlas y afirmar valientemente que éramos personas plenas, susceptibles de ser sujeto de los mismos derechos que los hombres. También admiro a las que filosofaron sobre el tema, buscaron las razones culturales de esa diferenciación e incluso fueron más allá hasta encontrar las raices de ella.

Tengo en gran consideración a las filósofas actuales que transmiten y difunden los logros de estas mujeres y al mismo tiempo añaden valiosas aportaciones sobre la influencia que la sociedad actual tiene sobre el pensamiento feminista y de esa forma fomentan su evolución.
Valoro y agradezco a todas las jóvenes que hacen activismo feminista, muchas de ellas con gran preparación y conocimientos. A las que traducen, escriben, divulgan…feminismo porque tienen la formación suficiente como para hacerlo y son útiles para que el resto podamos acceder a ello.

Pero también valoro, considero y admiro a todas las mujeres que enseñan, educan, protegen o cuidan a las mujeres y niñas víctimas de la sociedad patriarcal. Aunque carezcan de formación feminista, aunque no filosofen, aunque no «lean» feminismo, aunque no divulguen.

Valoro enormemente a las que crean redes de mujeres que ayudan a quienes lo necesitan sin cuestionamientos y sin explicaciones. Solo por mero altruismo y sororidad bien entendida, de esa que busca casa, ropa y comida a la mujer que sale huyendo de su maltratador con los hijos y lo puesto. Y que, sobre todo, no se rinden y acuden todas en tromba cuando se las necesita.

Valoro a las que se manifiestan y les parten la cara señores con vestido y uñas pintadas. A las que acogen, a las que hacen voluntariado, a las que pegan carteles de noche, a las que donan, a las que difunden, a las que simplemente comparten o hacen pedagogía en su entorno cercano. Todas, en mayor o menor medida, contribuyen a la lucha feminista, pero lo hacen desde ese concepto tan vapuleado que es la horizontalidad.

Porque la horizontalidad bien entendida no significa que todas las feministas lo hagan todo. Como dice una compañera, horizontalidad no es que Amelia Valcárcel aguante la pancarta a mi lado, aunque bien podría hacerlo. Significa que lo que haga cada una de nosotras por el resto sea valorado, desde escribir un libro a llenar el coche de ropa y enseres para que una mujer víctima de violencia machista pueda empezar de cero. Porque el valor de una acción lo da el beneficio que causa a la sociedad, no la fama o popularidad de quien la realiza.

Es indispensable teorizar para conceptualizar bien y conceptualizar para politizar bien. Y politizar para cambiar y legislar. Pero de nada nos sirve teorizar hasta el infinito si a las mujeres las siguen matando, violando, mutilando, discriminando, explotando, agrediendo, olvidando, despreciando, prejuzgando, acosando.

Ayer una chica sentada de espaldas en el cesped de un campo de fútbol, negándose a homenajear a un maltratador y pederasta como si el haber tenido talento en el deporte eximiera a alguien de ser una persona despreciable, llevó a cabo uno de esos actos que hacen feminismo. Y fue insultada, acosada y amenazada por ello. Ahora nos toca a nosotras ser feministas con ella.

Gracias, Paula.

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